miércoles, 23 de noviembre de 2011

Consienten que hay que disentir?

Identidad significa, según el diccionario de la Real Academia Española, en su tercera acepción "conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás".

La búsqueda de la propia identidad es el proceso donde el ser humano pone empeño en diferenciarse del resto. Es tan interesante –y gracioso!– ver ese paso de la infancia a la adolescencia, con tantos revuelos comportamentales y extravagancias de vestuario, con tantas rebeldías contra el sistema terminadas en "uniformizaciones de lo rebelde". (Finalmente, casi todos terminan imitándose unos a otros, aunque todos llamándose "auténticos".)
Es, sin embargo, un tiempo importantísimo en la elección del estilo propio y que debe ser superado; de lo contrario, impide que llegar a lo profundo de lo verdaderamente auténtico.

Identidad, por lo tanto, no significa necesariamente igualdad.

La adolescencia y el correspondiente desenvolvimiento que acabamos de describir traen a la persona individual muchas decisiones en el aspecto de estilo y en su apego hacia una u otra corriente de comportamiento. Pero no necesariamente traen definiciones ideológicas. Al menos en sus inicios, no.
Cuando inicia nuestro autodescubrimiento, como es de esperarse, estamos centrados en las banalidades: en los estilos de peinado, los colores de ropas que usamos, la cantidad o la ausencia de aros o piercings que tenemos, entre otras.
Por supuesto, no todo permanece siempre en la superficie, y con el paso de los años empezamos a definirnos en nuestros estilos musicales favoritos, los tipos de literatura que nos gustan, las preferencias laborales, incluso sobre cómo nos gustaría que sea o se vea nuestra pareja.

Pero hay un paso más; uno que pocos dan. Un paso que nos cuesta mucho: la formación de la opinión propia.

No es de esperarse, en un país como el nuestro, con una juventud en proceso de despertarse luego de tan larga dictadura, que sea diferente. Es previsible.
Pero no es justificativa para acomodarnos.
Es una invitación que nos desafía a romper nuevamente los esquemas de lo esperado, a entrar nuevamente en la adolescencia y buscar nuestra propia idea de las cosas.

Siempre me sorprende la dificultad que tenemos como pueblo de aceptar opiniones que difieran de las nuestras (o de emitir las propias cuando no van en consonancia con las de nuestro interlocutor). Ni bien escucha alguien la "innombrable" palabra discutir, todos se guardan sus opiniones y se acaba el debate. Le tenemos miedo.
Erradamente, asumimos que discusión es pelea.

Si decimos que es en nuestros años mozos cuando nos definimos con una identidad propia, y lo hacemos mediante la confrontación, la diferenciación de estilos y "rompiendo lanzas" con nuestro pasado y nuestro entorno, por qué no podemos hacer lo mismo con nuestras ideas? Por qué debemos pensar siempre igual que todos? Por qué no podemos tener nuestros propios conceptos? Por qué deben nuestras definiciones de las cosas ser las que están en labios de nuestros padres? Por qué deben ser las de nuestros jefes o nuestros profesores? Por qué la verdad debe ser la que tienen los autores de los libros?

(Me hubiese encantado que, al enseñarme sobre filosofía, no me preguntaran "qué dijo Platón?", esperando que respondiera de memoria una frase sin entenderla, sino que me interrogaran sobre qué pensaba yo sobre la sentencia de Platón que reza "el cuerpo es la cárcel del alma". Hubiese internalizado mucho más.)

No es acaso disintiendo que logramos abrir la mente, captar nuevas ideas, confrontarlas entre sí y, finalmente, tomar decisiones más acertadas?

Paraguay necesita una generación de jóvenes líderes que no enseñen doctrinas de la verdad sino que adoctrinen en su búsqueda.
Paraguay no necesita más dogmas ni verdades absolutas que nos obliguen a repetir hasta el hartazgo.
Paraguay no necesita más libros que enseñen tecnicismos sobre la filosofía o filosofías de cuestiones técnicas.
Paraguay necesita aprender a pensar por sí mismo.

Seguir a un verdadero líder es mucho más que coincidir con él. Es aprender de él que es sano a veces estar en desacuerdo con sus ideas, buscando las propias.